Relatos para pasar el rato

La fe

Cuando leí La fe de Quim Monzó me enamoró. Amor a primera vista. Dije: «Yo quiero mi fe»

Escribí algo que estuvo en el borrador mucho tiempo, no terminaba de verlo, hasta que por fin, le di un par de vueltas y ha quedado así.


La fe

–¿Por qué no me dices te quiero?

– Si ya lo sabes, ¿en qué cambiaría eso las cosas? –responde Marc.

Malena se encoge de hombros, no es la respuesta que espera. Se recuesta en el asiento del coche mientras observa como los árboles se van escurriendo a su paso.

–¿Qué tal vas? –pregunta al cabo de unos minutos alzando la voz para hacerse oír entre el ruido del aire que entra por la ventana abierta.

–Bien, aunque me apetece un café.

–A mi café no me apetece, pero paramos un rato si quieres.

–Entonces no, da igual, paramos más adelante.

Malena chasquea la lengua contra el paladar y se revuelve nerviosa en su asiento.

–Aunque yo no quiera café, podemos parar… así descansamos, estiramos las piernas, vamos al baño y tú te tomas ese café.

–Vale. Mira… –Marc señala con un movimiento de cabeza la señal que acaban de pasar –la primera parada es solo gasolinera, la segunda tiene restaurante y bar.

–Paramos en la segunda. –confirma Malena con vehemencia.

Cogen el desvío correcto, pero después de veinte minutos conduciendo por una carretera secundaria Marc resopla y Malena mira el mapa por cuarta vez. Marc acciona el intermitente y detiene el coche en el andén.

–Déjame el mapa.

Malena se lo da sin decir nada y se baja del coche. No quiere dar un portazo, pero la frustración le hace cerrar la puerta con más fuerza de la que le hubiera gustado. Marc suspira mientras ve cómo se aleja.

La espera, apoyado en el coche.

–Ven, corre… tienes que ver esto. Coge la cámara. –Malena le agarra de la mano y tira de él para que la siga.

Suben un pequeño murete de tierra. Delante de ellos se extiende un mar de tulipanes de todos los colores.

Malena se lanza cuesta abajo para llegar al campo. Marc baja detrás con la cámara en la mano, enfocando y haciendo fotos.

El pelo castaño de Malena se revuelve y brilla reflejando los colores de los tulipanes. De cuando en cuando se vuelve para comprobar que él la sigue. Su sonrisa, como la de una niña delante del árbol el día de navidad, ilumina la cámara con destellos dorados.

El corazón de Marc se mueve al ritmo de Malena. Siempre. Cuando ella se enfada su corazón va a trompicones, se apaga y se enciende de forma descompasada, cuando está triste, se encoje y se arruga y cuando ella ríe, su corazón baila.

–¡Malena, mírame! –ordena Marc a escasos dos metros de distancia.

Se vuelve y posa haciendo el tonto y exagerando los movimientos, consciente de que él siempre es capaz de capturar sus mejores momentos.

Cuando termina de hacer fotos la coge de la mano, tira de ella hasta abrazarla. Siente su calor y sonríe. Le coge la cara con las manos, la recorre con la mirada y la besa.

Malena suspira y pregunta.

–¿Por qué no me dices te quiero?

Nela Escudero, El cuaderno de Carlota


Y como ya veo que estás deseando leer el cuento de Quim Monzó que me inspiró, te lo dejo aquí.


—Quizá es que no me quieres.

—Te quiero.—¿Cómo lo sabes?

—No lo sé. Lo siento. Lo noto.

—¿Cómo puedes estar seguro de que lo que notas es que me quieres y no otra cosa?

—Te quiero porque eres diferente de todas las mujeres que he conocido en mi vida. Te quiero como nunca he querido a nadie, y como nunca podré querer. Te quiero más que a mí mismo. Por ti daría la vida, me dejaría despellejar vivo, permitiría que jugasen con mis ojos como si fuesen canicas. Que me tirasen a un mar de salfumán. Te quiero. Quiero cada pliegue de tu cuerpo. Me basta mirarte a los ojos para ser feliz. En tus pupilas me veo yo, pequeñito.

   Ella mueve la cabeza, inquieta.

   —¿Lo dices de verdad? Oh, Raül, si supieses que me quieres de veras, que te puedo creer, que no te engañas sin saberlo y por lo tanto me engañas a mí… ¿De verdad me quieres?

   —Sí. Te quiero como nadie ha sido capaz de querer nunca. Te querría aunque me rechazaras, aunque no quisieras ni verme. Te querría en silencio, a escondidas. Esperaría que salieses del trabajo nada más que para verte de lejos. ¿Cómo es posible que dudes de que te quiera?

   —¿Cómo quieres que no dude? ¿Qué prueba real tengo de que me quieres? Sí, tú dices que me quieres. Pero son palabras, y las palabras son convenciones. Yo sé que a ti te quiero mucho. Pero ¿cómo puedo tener la certeza de que tú me quieres a mí?

   —Mirándome a los ojos. ¿No eres capaz de leer en ellos que te quiero de verdad? Mírame a los ojos. ¿Crees que podrían engañarte?Me decepcionas.

   —¿Te decepciono? No será mucho lo que me quieres si te decepcionas por tan poco. ¿Y todavía me preguntas por qué dudo de tu amor?

   El hombre la mira a los ojos y le coge las manos.

   —Te quiero. ¿Me oyes bien? Te quiero.

   —Oh, «te quiero», «te quiero»… Es muy fácil decir «te quiero».

   —¿Qué quieres que haga? ¿Que me mate para demostrártelo?

   —No seas melodramático. No me gusta nada ese tono. Pierdes la paciencia enseguida. Si me quisieras de verdad no la perderías tan fácilmente.

   —Yo no pierdo nada. Sólo te pregunto una cosa: ¿qué te demostraría que te quiero?

   —No soy yo la que tiene que decirlo. Tiene que salir de ti. Las cosas no son tan fáciles como parecen.—Hace una pausa. Contempla a Raül y suspira—. A lo mejor tendría que creerte.

   —¡Pues claro que tienes que creerme!

   —Pero ¿por qué? ¿Qué me asegura que no me engañas o, incluso,que tú mismo estás convencido de que me quieres pero en el fondo, sin tú saberlo, no me quieres de verdad? Bien puede ser que te equivoques. No creo que vayas con mala fe. Creo que cuando dices que me quieres es porque lo crees. Pero ¿y si te equivocas? ¿Y si lo que sientes por mí no es amor sino afecto, o algo parecido? ¿Cómo sabes que es amor de verdad?

   —Me aturdes.

   —Perdona.

   —Yo lo único que sé es que te quiero y tú me desconciertas con preguntas. Me hartas.

   —Quizá es que no me quieres.

QUIM MONZÓ, El porqué de las cosas.


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