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Capitulo 68 – Rayuela

Cortázar lleva el lenguaje hasta el límite, hasta tal punto, que se inventa uno, el glíglico. Este lenguaje no resulta completamente ajeno; su sonoridad, ritmo, modulaciones y cadencia nos permiten comprender la escena sin que comprendamos las palabras.

Si revisáis el texto original de Cortázar, lo escucháis y lo leéis en voz alta, veréis que nos deja un esqueleto, una plantilla donde él ha añadido sus palabras inventadas, y donde nos incita a jugar y a que hagamos nuestro propio textos con nuestras propias palabras.

Yo no me he podido contener y aquí os paso mi traducción, pero os invito a que hagáis la vuestra.

Mi traducción del Glinglico

Apenas él se acercaba a su boca, a ella se le agolpaba el deseo y caían en tentaciones, salvajes abrazos, gemidos exasperantes.

Cada vez que él procuraba acariciar sus muslos, se enredaba en un jadeo quejumbroso y tenía que subir hacia su sexo, sintiendo como poco a poco sus pliegues se abrían, se iban humedeciendo, palpitando, hasta quedar tendido como un hombre hambriento al que le han dejado comer unas gotas de leche y miel.

Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se rozaba los pezones, consintiendo en que él aproximara suavemente sus dientes. Apenas los lamía, algo como un escalofrío los encrespaba, los endurecía y enrojecía, de pronto era un ciclón, el ansia efervescente de su cuerpo, el jadeo voluptuoso del orgasmo, las convulsiones del sexo en una sobrecogedora sacudida.

¡Ahora!¡Ahora! Subidos en la cresta del placer, se sentían desvanecer, agotados y vacíos. Temblaba el pecho, se vencían las ganas, y todo se llenaba de una profunda calma, en besos bajo sábanas blancas, en caricias casi crueles que los transportaban hasta el límite de la demencia.


Texto original

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.

Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia.

Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa.

¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.


El esqueleto o la carcasa o la plantilla (como queráis llamarlo)

Apenas él le… a ella se le… y caían en… Cada vez que él procuraba… se enredaba en… y tenía que… sintiendo cómo poco a poco… se iban… hasta quedar tendido como el… al que se le han dejado caer unas… Y, sin embargo, era apenas el principio, porque en un momento dado ella se… consintiendo en que él aproximara suavemente sus… Apenas se… algo como un… los…de pronto era el… Se sentían… temblaba el.., se vencían las… y todo se… en un profundo… que los… hasta el límite de las…


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4 comentarios en «Capitulo 68 – Rayuela»

  • 68

    Apenas él le acariciaba el rostro, a ella se le encogia el aliento y caían en tentaciones, en salvajes respiraciones, en deseos exasperantes.
    Cada vez que él procuraba tomar las riendas, se encontraba en un gemido quejumbroso y tenía que dirigirse de cara al vientre, sintiendo como poco a poco las caderas se relajaban, se iban abriendo, hasta quedar tendido como el animal de Dios al que se le han dejado caer las cuerdas de amarre.
    Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se miraba los muslos, consintiendo en que él aproximara suavemente sus manos. Apenas se enredaban, algo como un milagro los solapaba, los sustituía y poseía, de pronto era el inicio, la furiosa convulsa de las caderas, la jadeante hermandad del cuerpo, los hedores del combinarse en una sobrehumana oscilación. ¡Ahora! ¡Ahora!
    Arrojados de la cima del mundo, se sentían vacios, hombres y mujeres.
    Temblaba el reloj, se vencían las horas, y todo reverberaba en un profundo silencio, en sábanas de plumas hermosas, en mutismos casi crueles que los carcomían hasta el límite de las posibilidades.

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    • Me encanta el juego que da… Cortázar era un genio y sigue jugando con nosotros a su Rayuela

      Respuesta
  • Apenas él le besaba el muslo, a ella se le agolpaba el corazón y caían en seducciones, en salvajes erotismos, en respiros exasperantes. Cada vez que él procuraba consentir las entrepiernas, se enredaba en un gemido quejumbroso y tenía que acercarse de cara al vientre, sintiendo cómo poco a poco las ganas se contenían, se iban expandiendo, agrandando, hasta quedar tendido como el cielo de los Andes, al que se le han dejado caer unas gotas de lluvia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se quitaba las bragas, consintiendo en que él aproximara suavemente su miembro. Apenas se excitaban, algo como un fuego los quemaba, los yuxtaponía y sacudía, de pronto era el ciclón, la estratósfera calcinante de las matrices, la jadeante muerte del gemido, los espasmos del orgasmo en una sobrehumana angustia. ¡Sigue! ¡Sigue! recostados en la cresta del sepulcro, se sentían bailar, divinos y eternos. Temblaba el vientre, se vencían las caderas, y todo se resolvía en un profundo espasmo, en llantos de alegría extendida, en mordiscos casi crueles que los hería hasta el límite de las caricias.
    FIN

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