Arañas embotadas
A mi hermano le gustaba coger arañas vivas y meterlas en un bote de cristal.
Daba igual que fueran marrones o negras, pero no valía cualquiera, siempre buscaba las grandes y peludas, con ojos grandes y brillantes.
Me las mostraba como un trofeo.
La araña y yo nos mirábamos a través del cristal, quietas, tal vez midiendo quién tenía más miedo de las dos.
Yo no cogía el bote, ni siquiera lo tocaba, mientras estuviera cerrado y en manos de mi hermano, todo estaba bien.
En esa época no recuerdo tener miedo a las arañas, supongo que eso llegó después, al descubrir que en realidad las arañas estaban en libertad, que podían aparecer en cualquier sitio y que no había manos que las atraparan por ti.
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